En el centro de la ciudad de Saint-Denis, a cinco kilómetros de Paris, se encuentra la basílica catedral de Saint-Denis.
Aunque en su fachada se aprecian algunos elementos románicos, su estructura vertical y el rosetón son góticos y es considerada como la primera obra maestra del arte gótico. Con ella nació el estilo que marcará la construcción de muchas catedrales europeas del siglo XII al siglo XV.
En la época merovingia, ya existían en este lugar una abadía y una basílica de estilo pre-románico. Allí fue enterrado Saint-Denis (San Dionisio), mártir y primer obispo de Paris.
En 1140, Suger, abad de Saint-Denis y consejero del rey decidió agrandar la iglesia, inspirándose en el nuevo estilo gótico y con una idea precisa: hacer que la luz, símbolo de lo divino, entre en la iglesia.
La utilización de las bóvedas de crucerías y de las columnas le permitió abrir ventanales con vidrieras e iluminar así el interior de la basílica. Esta luminosidad, excepcional para la época, la hizo merecedora del sobrenombre de “Lucerna”.
En las vidrieras están representadas las vidas de Saint-Denis, las de los papas, y las de los reyes y las reinas de Francia.
Pero la catedral Saint-Denis no es una joya de Francia solo por su arquitectura, lo es también como monumento histórico.
Casi todos los reyes de Francia descansan en su necrópolis. El rey Dagobert, gran devoto de Saint-Denis fue el primero que quiso ser enterrado en ella en el siglo VII.
Los reyes capetos decidieron que la necrópolis de la basílica fuera el lugar de descanso de todos los reyes y casi todos los monarcas hasta Louis XVIII fueron sepultados allí.
La catedral alberga numerosas estatuas funerarias como las de François 1er, de Catherine de Médicis o de Louis XVI y Marie Antoinette.
El tesoro de la basílica, dispersado durante la Revolución Francesa fue reconstituido en parte y tiene todavía piezas de gran interés,